Mil formas de maquillar el fomento del juego entre los menores de edad...

La capital japonesa se transformó hace unos días en el punto de encuentro de los grandes conocedores del videojuego del mundo entero, quienes, como sumilleres salvajes dispuestos a catar una variedad interminable de vinos, hacían cola para probar los más de 750 juegos que se expusieron en la feria Tokyo Game 2009. Cada año, con la apertura de la feria, no solo se pasa revista a la tecnología punta en videojuegos sino a los efectos que estos tienen y el lugar que ocupan en la sociedad japonesa.

Si el mundo se sigue preguntando sobre las virtudes y peligros que supone el tener a una juventud cautiva de las maquinitas, los japoneses hace tiempo que dejaron de hacerlo y empeñaron su alma al diablo.

El tamaño de la industria japonesa es tal que se ha vuelto difusa la distinción entre entretenimiento y educación. En este sentido, el vi deojuego está viviendo la misma etapa de masificación que experimentó hace dos décadas el manga o cómic japonés, que comenzó siendo un producto prácticamente de culto y mirado con sospecha pero que ahora está completamente extendido en todas las esferas de la vida social y pasa desapercibido.

Un porcentaje significativo de los 4.000 millones de euros que consumen anualmente los japoneses en videojuegos pertenece al género educativo. La firma Benesse, dedicada a la elaboración de material escolar de apoyo, emplea la plataforma Nintendo DS para publicar manuales de refuerzo en áreas como matemáticas, japonés e idiomas extranjeros. Estos materiales incluyen ejercicios que pueden ayudar a memorizar cosas tan tediosas como los cerca de 1.500 ideogramas que los japoneses deben saber leer y escribir para no ser tildados de analfabetos.

Frente a la evidencia de su masificación, son pocas las familias que han cerrado las puertas del hogar a los videojuegos. Mariko Tanigawa, madre de una pequeña de 6 años que acaba de entrar en la escuela, asegura que en su hogar son completamente contrarios a la cultura del divertimento digital. «A mi hija solo le permito leer libros. Nada de videoconsolas. Ella tiene que desarrollar su imaginación y esto no pasa por los videojuegos». Habla con propiedad y convencimiento: su marido trabaja en la oficina de colocaciones de una de las mayores universidades privadas de Tokio.

Pero un simple paseo por Tokio basta para calificar a la señora Tanigawa de excéntrica. En un McDonald’s, un padre y su hijo, cada uno con su respectiva Nintendo DS, descargan por la red inalámbrica uno de los miles de monstruitos Pokémon de oferta.

Más allá, en un restaurante italiano, una camarera muy joven digita el pedido en un aparato muy parecido a una consola portátil. Y en la barra del sushi de siempre, el camarero ha desaparecido y en su lugar han dejado una pantalla táctil. Un niño de 4 años, de pie sobre el asiento, toca la pantalla y pide un sushi de gambas. Al acumular 10 platillos podrá probar suerte en una especie de ruleta usando esa misma interfaz. En caso de ganar, recibirá una cápsula con un juguetito de regalo.

¿Realidad o videojuego?