TU CUENTA QUE YO TE CUENTO UN CUENTO

Y un día, harto de las tonterías, sus humores internos se mezclaron; los calientes con los fríos, los húmedos con los secos. Su cuerpo y su alma se vieron afectados. La sinrazón desplazó a la razón y sus músculos se tensaron. Sentía un gran malestar que le perturbaba.
Siempre fue un hombre tranquilo, de palabras sosegadas y serenas. Siempre buscaba anteponer la simplicidad de la mente a las complejidades del corazón.
Pero ese día, algo no marchaba bien. ¿Sería el sofocante calor del desierto? O quizás ¿su soledad? Tenía miedo de hacer daño, de hacerse daño:“¿Cómo se elimina la estupidez sin eliminar al hombre?”
Sabía que necesitaba descansar y pensar. Necesitaba escuchar, entre los gritos de enfado de su corazón, la voz de su conciencia.
Conocía un pequeño oasis, tan pequeño que solo tenía tres elementos; una solitaria palmera, una plana piedra en su base y por último, pero no menos importante, un débil manantial.
Caminó despacio, sin prisas. No tenía dudas de que, allí estaría cuando llegase. Y necesitaba llegar sereno, al menos, más de lo que estaba (que era bien poco).
Cuando el Sol alcanzó su plenitud y el calor más mella hacia, llegó.
La palmera le invitó a su sombra y le ofreció sus dátiles (siempre tenía dátiles) sin pedirle nada. Él los tomó con agrado.
La piedra le preguntó si estaba cansado y le invitó a sentarse, él se sentó en su dura superficie, agradecido.
El débil manantial le preguntó si tenía sed y le ofreció su agua. Él sació su sed con la fresca agua que llegaba de las entrañas de la tierra y le dio las gracias.
Cuando él comió, bebió y descansó se sintió mejor. Sus humores se equilibraron y recobró la paz y la serenidad que había perdido. Y entonces pudo pensar, porque el problema seguía presente.
-¿Cómo se elimina la estupidez sin eliminar al hombre?
-Difícil pregunta me haces. No sé.
-Pero… ¿Tiene que haber alguna forma?
-Quizás, pero puedes ofender. Y tú no quieres.
-No, no quiero, pero… ¿Entonces?
-Déjalo corre, se irán unos, vendrán otros.
-Pero… hace daño. No puedo dejarlo.
-Entonces, si estás decidido…Debes tener cuidado con tus palabras. Nosotros sabemos que las palabras no ofenden. Son las personas las que se sienten ofendidas. ¿Recuerdas lo que aprendimos? “No son los hechos los que nos trastorna, sino como los vemos, los valoramos y los interpretamos.”
-Claro que me acuerdo ¿Cómo olvidarlo? Lo tuve delante durante dos años.
-Si, dos años…me parece ayer cuando fuimos por primera vez. Nunca conocí tanto “amor” hasta entonces.
-Bueno…no te extrañes. Te tuve encerrado tanto tiempo. Lo lamento.
-No te lamentes, también yo estaba enfermo y no quería salir.
-Creo…qué… ¡Ya sé como hacer!
-¿hacer?... ¿El qué?
-¡Joder! ¿Dónde estás?
- Perdóname, me entró nostalgia. ¿Cómo lo vas a hacer?
-Creo que con humor.
-¿Con humor?
-Si. El humor. El humor puede hacer que se sienta ofendido, pero también puede hacerle reír. Y reír es bueno, elimina tensiones y ayuda donde otros no puede. De todas formas siempre será con buena intención.
- Y… ¿Él lo sabrá?
-Así está escrito. Para que lo lea, si quiere.
-Así está escrito.
Levanto su mirada y pudo ver como una hermosa estrella brillaba, anunciando el ocaso del Sol.
Abrió su netbook, su pequeña ventana al mundo y comenzó a escribir.
Una tímida sonrisa afloró en su cara.

Chico
Buenísimo el cuento! Es verdad que el humor puede con la estupidez y con el sentimiento de importancia personal, que hace que algunos puedan ofenderse.
Ana